El espíritu de la Navidad

 

No es obligatorio ir a una reunión familiar. Ni siquiera a la cena de Nochebuena o a tomar las uvas. Así, si después de pensarlo llegamos a la conclusión de que no lo vamos a pasar bien y no vamos a poder tener la actitud adecuada, decidamos no ir y cambiemos de planes. 


Este punto es importante porque nos obliga a pensar. A evaluar la situación y a nosotros mismos, y de esta manera estar predispuestos a ir a no pasarlo bien o muy mal.

Todo hace temer que este año los cuñados reclamarán su puesto de honor en la tradicional gresca familiar de Navidad. 

Los chascarrillos también serán los mismos, esos que le hacen creerse sabedor de todo y, a nuestro entender, maestros de nada. 


Si no queremos liarla parda, asumamos su credo: tú no tienes ni idea y ellos ya están de vuelta. Recordemos que se han doctorado en todas las cosas, terrenales y divinas. Si por ellos fuese, arreglarían el mundo en un tris. 

 Agitan la caja de los truenos y se van destapando, uno a uno, todos los males que se han mascullado en silencio durante un tiempo.

Así se las gasta el espíritu de la Navidad.


Es una emoción universal, pero en estas reuniones familiares se acrecienta. Cualquier gesto se convierte en espoleta, por eso no sería justo usar a los familiares políticos como chivos expiatorios. En demasiadas ocasiones se convierte en un pequeño demonio que provoca peleas, discusiones y desencuentros. ¿Podemos, simplemente, disfrutar de la familia, la comida, las risas y el intercambio de opiniones y visiones del mundo? Es un misterio, pero en cualquier caso podemos aportar nuestros granitos de espíritu navideño. 

 

Sin duda es necesario saber esquivar los temas delicados, aquellos que ya sabemos que empiezan mal y acaban peor. Pero ¿cómo se hace? Por ejemplo, cambiando de tema. 

 

Entonces, ¿No hay modo de sellar la paz, al menos en Navidad?.